jueves, 4 de febrero de 2010

MOHAMED Y EL "JUNGLE SPICEY"

Cuando se trata de escribir sobre personas que dejan huella, cuesta encontrar las palabras. Ya ha pasado suficiente tiempo como para hablar de Mohamed. Miro hacia atrás y siempre recuerdo su inocencia, su amabilidad, su valor y…sus crêpes de manzana (parece increíble que haya probado las mejores crêpes en Ghana y que el chef no se llamase Richelieur o algo parecido).
Mohamed es joven, 24 años y la mayoría de ellos trabajando para su familia (para él los más importantes). Cada día se esmera en doblar las servilletas a la perfección, colocar los cubiertos y los vasos en su sitio y en que cada mesa tenga un jarrón con una exótica planta.
De lunes a sábado e incluso más de un domingo, Mohamed no para quieto atendiendo a los clientes del “Jungle Spicey”, su pequeño restaurante. Los domingos que tiene libres los aprovecha para ir a ver a su familia que vive en uno de los pueblos más pobres en las afueras de Accra, muy alejado de la mejor zona de la ciudad donde estaba el restaurante. El poco tiempo libre que tiene lo utiliza para rezar a su único Dios, a Alá. Le gustaban los días en los que le mandaban al mercado a comprar, “Sólo confían en mí para comprar carne y pescado”.
Nunca me miraba a los ojos, no podía porque era una mujer blanca. Ni siquiera podía creer que una blanca fuese amable con él y curiosease en su vida. Él insistía en tratarme de “Madame” e, incluso hacía alguna reverencia cada vez que entraba al restaurante. Sin embargo, cuando iba con Roberto le parecía invisible, pues en Ghana mandan los hombres y es raro ver como una mujer toma una decisión.
Su incondicional aprendiz Joseph le seguía de lado a lado del restaurante mostrando su singular timidez que más tarde se convirtió en amistad. Daisy era la fantástica cocinera de platos tan exquisitos como “Tilapia acompañada de arroz” o el tradicional “Fufú”.
Una mañana de sábado no podíamos salir del restaurante porque llovía a cantaros, asi que le propusé a Mohamed que me enseñara a jugar al juego de las piedrecitas que tenían en la mesa de madera. Mohamed dudó pero finalmente accedió. Me enseñó uno de los juegos más interesantes y difíciles que he jugado nunca ¡y sólo con piedras y un tronco con agujeros! Le vi reír como no le había visto antes y, por fin, me miró a los ojos.
Mohamed no sólo me enseñó el juego más popular de Ghana sino que se convirtió en mi amigo, en mi persona de referencia allí y me enseñó su cultura, su manera de vivir y cada tarde me explicaba todas las etnias y porqué cada una era como era.
Al irme de Ghana, una de las cosas que más me dolió fue despedirme de él sabiendo que sería muy difícil volver a verle y sabiendo que, alguien como él se quedaría allí, en África. Ojala pudiese haber venido conmigo a España porque su curiosidad, su inteligencia y sus ganas de vivir superan con creces la de muchos europeos que ya han perdido las ganas de luchar. Él,sin duda, nos ganaría en cualquier combate.

1 comentario:

  1. sin duda, propongo viaje de cinco dias a ghana para comer fufú y jugar con piedras

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