miércoles, 17 de marzo de 2010
Business is Business
Entre pensamiento y pensamiento, fugazmente, se me ha pasado por la cabeza la frase de "Bussiness is Business Madame", en español, "Los negocios son los negocios señorita".
Cada día que nos reuníamos con ministros o periodistas ghaneses para intentar acercarnos a las empresas locales nos topábamos con una historieta nueva. La mejor, sin duda alguna, fue la de Mrs. Anthony.
Mrs. Anthony, una mujer de unos 39 años, de lo que allí se llama clase media (eso significa tener trabajo) se dedicaba a dirigir el Ministerio de Información y a comer todo lo que podía entre horas (una especie de puré rojo que mi compañero y yo nunca llegamos a saber lo que era).
Mrs. Anthony debía introducirnos a todos los ministros y facilitarnos el conseguir una entrevista con ellos para proponerles nuestro proyecto y presentarlo a las empresas. Ella, es una mujer de lo más pausada normalmente y de lo más espabilada cuando quiere.
Cuando nos recibió por primera vez en su “despacho” (un cuarto que para nosotros sería del año de la pera pero para ellos, esas cortinas de flores, están totalmente a la moda) no hizo más que tranquilizarnos con su acento pasota-reggae prometiéndonos el cielo (como hacen la mayoría de los ghaneses aunque luego no puedan hacerlo) e inocentes de nosotros, la creímos. La segunda vez nos maldijo pero eso sí, en Twii (lengua tribal de Accra). Ella nos tenía como unos blanquitos pesados y estresados que no paraban de molestar su tranquila rutina pero decidió aprovecharse de la situación, y a la tercera visita nos dejó en el aire, como quién no quiere la cosa, que si la invitábamos a comer tal vez podría agilizar el proceso de entrevistar a los ministros y al presidente. Soborno, sí, soborno, pero mi compañero me explicó mil veces que en países del tercer mundo los funcionarios no son como los europeos y que normalmente funcionan así.
Mrs. Anthony se salió con la suya y la invitamos a comer a uno de los mejores hoteles de Accra y a pesar de todo se quejó porque no era un restaurante de lujo. Quería lujo, quería saber, aunque fuese solo durante una comida, lo que es un buffet, una copa de vino o un licor después de la comida. Comía como si le fuese la vida en ello, esa es la expresión pero aquí es más que acertada.
Finalmente, a través de este maravilloso buffet conseguimos la entrevista con el ministro de asuntos exteriores y la fotografía es el resultado de un buen trato.
Porque para Mrs. Anthony “Business is Business” en toda sus facetas, porque en Ghana todo vale.
jueves, 4 de febrero de 2010
MOHAMED Y EL "JUNGLE SPICEY"
Cuando se trata de escribir sobre personas que dejan huella, cuesta encontrar las palabras. Ya ha pasado suficiente tiempo como para hablar de Mohamed. Miro hacia atrás y siempre recuerdo su inocencia, su amabilidad, su valor y…sus crêpes de manzana (parece increíble que haya probado las mejores crêpes en Ghana y que el chef no se llamase Richelieur o algo parecido).
Mohamed es joven, 24 años y la mayoría de ellos trabajando para su familia (para él los más importantes). Cada día se esmera en doblar las servilletas a la perfección, colocar los cubiertos y los vasos en su sitio y en que cada mesa tenga un jarrón con una exótica planta.
De lunes a sábado e incluso más de un domingo, Mohamed no para quieto atendiendo a los clientes del “Jungle Spicey”, su pequeño restaurante. Los domingos que tiene libres los aprovecha para ir a ver a su familia que vive en uno de los pueblos más pobres en las afueras de Accra, muy alejado de la mejor zona de la ciudad donde estaba el restaurante. El poco tiempo libre que tiene lo utiliza para rezar a su único Dios, a Alá. Le gustaban los días en los que le mandaban al mercado a comprar, “Sólo confían en mí para comprar carne y pescado”.
Nunca me miraba a los ojos, no podía porque era una mujer blanca. Ni siquiera podía creer que una blanca fuese amable con él y curiosease en su vida. Él insistía en tratarme de “Madame” e, incluso hacía alguna reverencia cada vez que entraba al restaurante. Sin embargo, cuando iba con Roberto le parecía invisible, pues en Ghana mandan los hombres y es raro ver como una mujer toma una decisión.
Su incondicional aprendiz Joseph le seguía de lado a lado del restaurante mostrando su singular timidez que más tarde se convirtió en amistad. Daisy era la fantástica cocinera de platos tan exquisitos como “Tilapia acompañada de arroz” o el tradicional “Fufú”.
Una mañana de sábado no podíamos salir del restaurante porque llovía a cantaros, asi que le propusé a Mohamed que me enseñara a jugar al juego de las piedrecitas que tenían en la mesa de madera. Mohamed dudó pero finalmente accedió. Me enseñó uno de los juegos más interesantes y difíciles que he jugado nunca ¡y sólo con piedras y un tronco con agujeros! Le vi reír como no le había visto antes y, por fin, me miró a los ojos.
Mohamed no sólo me enseñó el juego más popular de Ghana sino que se convirtió en mi amigo, en mi persona de referencia allí y me enseñó su cultura, su manera de vivir y cada tarde me explicaba todas las etnias y porqué cada una era como era.
Al irme de Ghana, una de las cosas que más me dolió fue despedirme de él sabiendo que sería muy difícil volver a verle y sabiendo que, alguien como él se quedaría allí, en África. Ojala pudiese haber venido conmigo a España porque su curiosidad, su inteligencia y sus ganas de vivir superan con creces la de muchos europeos que ya han perdido las ganas de luchar. Él,sin duda, nos ganaría en cualquier combate.
Mohamed es joven, 24 años y la mayoría de ellos trabajando para su familia (para él los más importantes). Cada día se esmera en doblar las servilletas a la perfección, colocar los cubiertos y los vasos en su sitio y en que cada mesa tenga un jarrón con una exótica planta.
De lunes a sábado e incluso más de un domingo, Mohamed no para quieto atendiendo a los clientes del “Jungle Spicey”, su pequeño restaurante. Los domingos que tiene libres los aprovecha para ir a ver a su familia que vive en uno de los pueblos más pobres en las afueras de Accra, muy alejado de la mejor zona de la ciudad donde estaba el restaurante. El poco tiempo libre que tiene lo utiliza para rezar a su único Dios, a Alá. Le gustaban los días en los que le mandaban al mercado a comprar, “Sólo confían en mí para comprar carne y pescado”.
Nunca me miraba a los ojos, no podía porque era una mujer blanca. Ni siquiera podía creer que una blanca fuese amable con él y curiosease en su vida. Él insistía en tratarme de “Madame” e, incluso hacía alguna reverencia cada vez que entraba al restaurante. Sin embargo, cuando iba con Roberto le parecía invisible, pues en Ghana mandan los hombres y es raro ver como una mujer toma una decisión.
Su incondicional aprendiz Joseph le seguía de lado a lado del restaurante mostrando su singular timidez que más tarde se convirtió en amistad. Daisy era la fantástica cocinera de platos tan exquisitos como “Tilapia acompañada de arroz” o el tradicional “Fufú”.
Una mañana de sábado no podíamos salir del restaurante porque llovía a cantaros, asi que le propusé a Mohamed que me enseñara a jugar al juego de las piedrecitas que tenían en la mesa de madera. Mohamed dudó pero finalmente accedió. Me enseñó uno de los juegos más interesantes y difíciles que he jugado nunca ¡y sólo con piedras y un tronco con agujeros! Le vi reír como no le había visto antes y, por fin, me miró a los ojos.
Mohamed no sólo me enseñó el juego más popular de Ghana sino que se convirtió en mi amigo, en mi persona de referencia allí y me enseñó su cultura, su manera de vivir y cada tarde me explicaba todas las etnias y porqué cada una era como era.
Al irme de Ghana, una de las cosas que más me dolió fue despedirme de él sabiendo que sería muy difícil volver a verle y sabiendo que, alguien como él se quedaría allí, en África. Ojala pudiese haber venido conmigo a España porque su curiosidad, su inteligencia y sus ganas de vivir superan con creces la de muchos europeos que ya han perdido las ganas de luchar. Él,sin duda, nos ganaría en cualquier combate.
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viernes, 15 de enero de 2010
Y llegaron las lluvias
Cada mañana salíamos a desayunar un jugoso mango, quizá una papaya o una piña, la fruta que hubiesen cogido del árbol ese día. A las 7.30 de la mañana hacía el mismo calor que en España a las 15.00 de la tarde, para nosotros abrasador y para ellos tan normal como que paseaban encantados por la calle, con su sonrisa habitual. Se reunían en sus casetas para hacer el desayuno o comenzaban ya la incesante actividad de vender cacahuetes sobre su cabeza o la fruta en rodajas que se hacía zumo por el calor.
De repente, una mañana, apareció el cielo nublado e incluso corría una ligera brisa, “¡Madame! ¡Va a llover!” me gritaban los que cuidaban de la casa emocionados.
La época de las lluvias acababa de llegar, en Ghana hace calor durante casi todo el año pero de finales de mayo a principios septiembre el clima le da un respiro al sol para que llueva y, menuda manera de llover, no nos imaginábamos la de aguaceros que nos iban a caer encima.
Todavía retumban en mis oídos la fuerza de las gotas de lluvia que caían sobre nuestra pequeña casa. El croar de las más de treinta ranas que había fuera, cerca de mi ventana, gozando del agua. Tormentas interminables en las que parecía que el cielo se nos iba a caer encima. Las palmeras bailando de un lado a otro, los animales disfrutando de cada gota que caía, los ghaneses escondidos bajo los inmensos árboles y algunos calándose en algún rincón de Accra sin darle la menor importancia.
Recuerdo que muchos dormían sobre cartones, a la intemperie, y cuando llovía corrían a una caseta muy pequeña en la que apenas cabía una persona para refugiarse amontonándose los unos en los otros. Recuerdo el agua recorriendo los canales fugazmente y limpiando las calles de Accra. Después de llover parecía que había desaparecido ese olor a suciedad, a podrido, que había en muchos rincones de la ciudad. Pero, sobre todo, nunca olvidaré a aquel taxista que nos llevo de un extremo al otro de la urbe sin parabrisas. Caía la de “San Quintín” y él iba conduciendo con una mano mientras con la otra sostenía un paño con el que limpiaba su cristal a través de la ventana. Quisimos parar y comprarle unos parabrisas o hacerle entender ¡qué se iba a matar!, pero él sólo entendía que necesitaba dinero y que la época de lluvia no le iba a impedir seguir dando de comer a sus hijos. Estremecedor pero cierto, muy cierto…
lunes, 14 de diciembre de 2009
Taking a walk on the wild side
A veces olvidamos que lo que importa es vivir, como sea, pero vivir. Nos hemos olvidado que venimos de los animales, que una parte muy importante del ser humano es la parte animal, y es una parte que no deberíamos de perder. Es nuestra parte salvaje, violenta, egoísta, instintiva…
Caminando por Accra me daba cuenta de que yo parecía de otra especie. Las miradas, los gestos y la actitud de los ghaneses parecían no dejar de repetirme que era de otro planeta. Un señor se acomodaba en un rinconcito de una de las principales calles para echarse una siestecita y yo, al verle ahí tumbado pensé que se encontraba mal, pero no, simplemente le entró el sueño y… ¡a dormir!
Las mujeres están en cada calle con sus niños de aquí para allá. Se suelen acomodar en algún lugar de la acera para comer *fufu, dormir sobre sus telas, para descansar de cargar a los más pequeños, para ver la vida pasar o para observar estupefactas a una blanca que lleva una cámara colgando, ¡dios que bonita es esa cosa y qué moderna!
Mientras, en la otra acera me llamaban la atención la cantidad de cocos que vendía un señor y me acerqué. Con un cuchillo enorme partía los cocos por la mitad y la gente que pasaba por ahí tenía la oportunidad de beberse un delicioso coco.
Un negocio de lo más común en Ghana, subir a las palmeras, coger muchos cocos, colocarlos en un carro, partirlos y venderlos. Escalan como verdaderas panteras, es impresionante. No sólo escalan, sino que son nadadores de primera, pescadores de primera y muy buenos vendedores. El mejor ejemplo, el Makola. Este ruidoso mercado en Accra es de lo más variopinto, desde vendedoras de sardinas asadas y casi torradas por el sol hasta pequeñas personitas mirándote desde el suelo y devorando un sabroso mango. Gritos, empujones, caracoles enormes casi tocando mi cara, olores de comida mezclados con la suciedad de la calle, cabras protestando, gallinas desorientadas…
Hay que tener mucho cuidado porque una vez dentro te van a engatusar y lo hacen con igual o mayor maestría que la de un comercial europeo. No te vas a librar de las intrépidas vendedoras de telas, de las jovencitas resabidillas de los collares (no han ido al colegio nunca pero saben más que cualquier niña de su edad) ni de los feroces pescadores que intentan meterte el pescado hasta en el bolsillo.
Son personas con un instinto apabullante, y es que, si vas a Ghana tienes que convertirte en lo que ellos son, hace falta algo más que instinto, hay que convertirse en un auténtico felino: feroz, independiente y buen cazador.
*Es un plato tradicional ghanés que consiste en machacar en un gran mortero plátano o “plantee” con yuca o “cassava”, una verdura de allí.
martes, 1 de diciembre de 2009
Y volví a Europa...
Hace tiempo que no escribía en este blog. Se acabó mi estancia en Ghana pero no mis pensamientos e impresiones sobre este increíble país.
Volví a Europa, volví a Madrid y volví a ver ciudades en las que el ritmo es, a veces difícil de seguir; volví a ver gente con móviles corriendo de un lado al otro del centro comercial; volví a estar en atascos de tiempo incalculable y rodeada de gente enfadada tocando el claxon; volví a ver las personas vestidas a "la moda", ¡ya ni me acordaba de cómo eran los vaqueros! Me acostumbré a ver telas de todos los colores, los pañuelos al gusto de cada uno, ellas fabricando sus vestidos para que les encajasen a la perfección, los niños con el uniforme del colegio y ellos, a veces, con trajes de un valor incalculable, y no lo digo por el precio sino por la cantidad de años que debían de tener. Había hecho un viaje en el tiempo y parecía estar cincuenta años atrás.
Me he dado cuenta que el ritmo del primer mundo muchas veces te hace olvidar ciertas cosas que en Ghana disfrute como nunca: Atardeceres, paseos entre árboles inmensos, el sonido de cientos de ranas croando al irte a dormir, andar bajo la lluvia y aun así tener calor, los ciempiés que entran por las ranuras de la casa, las sonrisas de la gente y sus miradas de asombro o de reproche….
Allí cada gesto importaba, allí todo es de verdad. No saben que es la mentira porque nadie les ha enseñado a mentir, saben pocas cosas porque nadie les ha enseñado como nos enseñan aquí, pero lo que saben es lo que muchas veces olvidamos nosotros.
domingo, 28 de junio de 2009
Mr.Kweku
Mr.Kweku es su denominación de origen por haber nacido el mièrcoles, Mr. Forsem es su nombre de pila y Mr.Edu es su apellido y el nombre que más le gusta.
Mr.Edu no es un ghanés cualquiera, tiene la suerte de ser el sobrino del embajador ghanés en España, Mr.Jonathan Magnussen.
Una familia proveniente de Dinamarca, de la época en la que los daneses surcaban el Atlántico para conquistar nuevas tierras, para hacer negocio con el "Nuevo Mundo", con la recién descubierta Ámerica. Los Magnussen provienen de la época de la esclavitud en la que uno de los muchos daneses que habitaban en la costa de Ghana y que se dedicaban al comercio de esclavos tuvo una aventura con una ghanesa...
Mr.Edu cuida de la casa de su tio en Accra, la capital. Una casa enorme en una de las mejores zonas de Accra, East Lagoon. Como decía tiene suerte de tener un tío embajador y codearse con gente como Kofi Annan o el embajador de Marruecos en Ghana. Pero, contradictoriamente,vive dentro de una casa gigante como un ghanés de la calle; no pone el aire acondicionado porque cuesta mucho dinero, es muy cauteloso con el gasto de la luz, lo que cobra le da para comer una vez al día y , a veces, ni eso.
A diferencia de muchos es muy curioso y bastante culto (desgraciadamente, la mayoría de los ghaneses son analfabetos por falta de recursos, es la gran lacra de este país;la falta de educación). Con él hemos aprendido cómo es la cultura en Accra, como funcionan las cosas aqui y más de una vez nos ha sacado de apuros....
Mr. Kweku es muy religioso, va todos los sabados a misa de 9 a 5 de la tarde. Son los famosos "servicios de iglesia" como dice Roberto,mi compañero. Leen la biblia, rezan, dan charlas...y es su día preferido porque también ve a Gloria, su novia. Sólo ve a Gloria los sábados y ella acude a misa con su madre y su hermana. Una relación que a Roberto y a mi no deja de sorprendernos.
Mr.Forsem se ha convertido en un fiel amigo y en nuestro ángel de la guardia en Ghana.
Él sueña con salir de aquí, con ver mundo y poder estudiar económicas. Si le preguntas qué a donde quiere ir te contestará que "a cualquier sitio que no sea África".
Yo estoy segura de que le espera un futuro brillante y de que su sueño de salir de Ghana se hará realidad muy pronto, mientras tanto cuida la casa de su tío, va a misa sin falta y combate cada día la pobreza de su país demostrando que él aunque no tenga dinero tiene una mente privilegiada.
La ley de la calle
Siguiendo con nuestra rutina, mientras íbamos a hacer las entrevistas yo me entretenía mirando por la ventana del coche de *kweku o Forsem, nuestro conductor.
La calle estaba llena de gente vendiendo en puestecitos con una mesa y una sombrilla para combatir el sol. A los lados árboles de bastas raíces que llegaban hasta la maltrecha carretera y debajo muchos construían su casa a base de hojas de palmera o madera.
Entre árbol y árbol había tiendas improvisadas, gente vendiendo sofás que colocaban a lo largo del campo y si acaso estaban cansados se echaban una siestecita en uno de los sofás; entre el agua putrefacta de algunos canales y las montañas de arena rojiza se extendía una tiendecita de mimbre y a su lado una de muebles que ocupaban toda la pradera.
Un brusco frenazo interumpió mi visita a través de la ventana del coche y miles de vendedores ambulantes se acercaban al coche para pedir dinero o vender papaya, muchos de ellos niños de apenas 10 años que no van al colegio porque sus padres no tienen dinero y necesitan que el niño trabaje.
Cuando Un ciego se aproximo al coche y lo golpeó, Kweku se enfadó mucho y le gritó por la ventana en Twi, su idoma tribal (aquí gritan muchìsimo, y no es que esten enfadados sino que hablan a gritos). Sentí pena...pero Kweku me explicaba que si eres bueno con ellos se aprovechan enseguida y que hay que tener autoridad para que no te tomen el pelo.
No me terminaba de convencer la idea de la "autoridad", no estaba acostumbrada a ser autoritaria con nadie, pero aqui en África si no te pones serio te comen. Te come la calle, te come la pobreza, te pueden con sus miradas...es la ley de la calle.
*Aquí en Ghana a los recién nacidos se les pone tres nombres. Uno el nombre de familia, otro el nombre que corresponde al día de la semana en el que has nacido y el tercero es el nombre que les dan sus padres. Así que muchos tienen el mismo nombre como Kweku(miércoles para hombre), Kojo(Lunes hombre), Yaa(miércoles para mujer)...
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